BARCAROLA
Si solamente
me tocaras el corazón,
si solamente
pusieras tu boca en mi corazón,
tu fina boca,
tus dientes,
si pusieras
tu lengua como una flecha roja
allí
donde mi corazón polvoriento golpea,
si soplaras
en mi corazón, cerca del mar, llorando,
sonaría
con un ruido oscuro, con sonido de ruedas
de tren con
sueño,
como aguas
vacilantes,
como el otoño
en hojas,
como sangre,
con un ruido
de llamas húmedas quemando el cielo,
sonando como
sueños o ramas o lluvias,
o bocinas
de puerto triste,
si tú
soplaras en mi corazón cerca del mar,
como un fantasma
blanco,
al borde
de la espuma,
en mitad
del viento,
como un fantasma
desencadenado, a la orilla del mar,
llorando.
Como ausencia
extendida, como campana súbita,
el mar reparte
el sonido del corazón,
lloviendo,
atardeciendo, en una costa sola:
la noche
cae sin duda,
y su lúgubre
azul de estandarte en naufragio
se puebla
de planetas de plata enronquecida.
Y suena el
corazón como un caracol agrio,
llama, oh
mar, oh lamento, oh derretido espanto
esparcido
en desgracias y olas desvencijadas:
de lo sonoro
el mar acusa
sus sombras
recostadas, sus amapolas verdes.
Si existieras
de pronto, en una costa lúgubre,
rodeada por
el día muerto,
frente a
una nueva noche,
llena de
olas,
soplaras
en mi corazón de miedo frío,
soplaras
en la sangre sola de mi corazón,
soplaras
en su movimiento de paloma con llamas,
sonarían
sus negras sílabas de sangre,
crecerían
sus incesantes aguas rojas,
y sonaría,
sonaría a sombras,
sonaría
como la muerte,
llamaría
como un tubo lleno de viento o llanto,
o una botella
echando espanto a borbotones.
Así
es, y los relámpagos cubrirían tus trenzas
la lluvia
entraría por tus ojos abiertos
a preparar
el llanto que sordamente encierras,
y las alas
negras del mar girarían en torno
de ti, con
grandes garras, y graznidos, y vuelos.
Quieres ser
el fantasma que sople, solitario,
cerca del
mar su estéril, triste instrumento?
Si solamente
llamaras,
su prolongado
son, su maléfico pito,
su orden
de olas heridas,
alguien vendría
acaso,
alguien vendría,
desde las
cimas de las islas, desde el fondo rojo del mar,
alguien vendría,
alguien vendría.
Alguien vendría,
sopla con furia,
que suene
como sirena de barco roto,
como lamento,
como un relincho
en medio de la espuma y la sangre,
como un agua
feroz mordiéndose y sonando.
En la estación
marina
su caracol
de sombra circula como un grito,
los pájaros
del mar lo desestiman y huyen,
sus listas
de sonido, sus lúgubres barrotes
se levantan
a orillas del océano solo.